2:10a.m.

1 de agosto de 2018

2:10 de la mañana aproximadamente y me pregunto “¿qué voy a hacer?, ¿quién va a ganar en esta intensa batalla interior?, ¿cuál de todas las voces que tengo alrededor voy a atender?, ¿quién decidiré ser y qué camino trazaré por ese fin?”. Un compañero me dijo que hay veces que solo hace falta aceptar que hay preguntas que no tienen respuesta, y hace falta vivir con eso. Esa contestación a mí no me satisface en lo más mínimo, porque se está comenzando a crear un vacío en mi interior, donde las preguntas inconclusas rodean todo el ambiente. Honestamente, ahora no sé bien quién soy, dónde queda Rachel en medio de toda la incertidumbre y si, en definitiva, no queda en ningún sitio porque el existir a veces se puede tornar así… Así como lo más mínimo que se puede ser, dentro de un mundo que subsiste por ideas, energía y evolución. ¿Cuán al margen estamos en todo este proceso? ¿Cuál es nuestro verdadero rol? ¿Soy observadora o soy participante? Son cosas que ocupan mi mente a diario, en lo esporádico como en lo continuo. No sé qué hacer ni quién ser. Me siento espiritualmente débil y como dominada por una pesadez emocional. Gracias al Creador que todo es un proceso, porque sino no sería capaz de soportar la sensación de no saber qué hay de mí y de esto que se llama vida, y lo otro que se llama mundo. Soy un punto intrascendente, una gota más en el mar, una fracción de la oscuridad del Cielo. No soy mucho. Soy algo más, que en cualquier momento podría desaparecer. Soy una criatura indefensa en una vida que tritura, unas veces más rápido que otras, todos nuestros huesos. Soy otra víctima de la vida, que se fuma el tiempo y juega con nuestra imaginación para que creamos, por momentos, que la podemos superar. ¿Por qué tanto sin sentido? ¿Para qué existir con el conocimiento de nuestra irrelevancia? Incluso cuando hemos encontrado un propósito y parece que estamos haciendo algo más, surge la inevitable reflexión del olvido y la expiración de cuanto hemos vivido. A mí me invade una melancolía que no sé dónde meterme. A veces la comparto y a veces me refugio en el oasis que es el arte para mí. Pero siempre termino buscándole escapatoria a este callejón sin salida. Lástima que no ha sido suficiente, y por mala fortuna o por algún propósito, vuelvo a caer en él. Me vuelvo a encontrar rasgando las paredes del miedo y el sin sentido que jamás superé. Ahora solo dormiré.

Navegando en un mar sin orillas

El dolor y el cansancio, que no son lo mismo, pero son buenos compañeros… producen en mí siempre dos efectos: la sensación de estar flotando y el sentirme en el absurdo. Es inevitable, cuando me siento cansada y abatida, sentirme como en una irrealidad. Siento como si estuviera fuera de mí… como que estoy viviendo algo que no deseo vivir. La misma conciencia reacciona opuesta a lo que está sucediendo, y es que debe estar protegiéndome del sufrimiento. Honestamente, cuando estoy en este estado ni escribir me sale bien. Me siento sumamente hundida y a la vez en la lucha por que se acabe la ironía. Ironía porque tengo la mala costumbre de echarme la culpa por estar así. Me digo a mí misma que no fui suficiente para lograr paliar lo que ahora me está pasando. De hecho, mañana tengo un examen y estoy aquí, escribiendo. El cerebro, al fondo, no deja de decirme “haz lo que debes hacer”. Pero no, no puedo pensar que tengo la culpa de todo lo que me pasa y que mis sentimientos están subyugados a mis órdenes y controles. Este periodo académico ha sido para mí en exceso agotador, frustrante, asfixiante. No he sentido que he descansado en lo absoluto. Ha sido un día duro, uno tras otro. Las preocupaciones no han cesado ni un solo minuto. Solo para dormir, comer y hablar, me digo a mí misma “lo tienes que hacer”. Por el resto del tiempo, me mantengo pensando en lo que tengo que hacer; me domina el estrés y una persecusión por el reloj. Las horas no me dan para ser más humana y me siento muy absorbida. A veces no creo que esté haciendo lo que hago. Todos los días tengo que reafirmarme en mi deber. Sé que esto me hará fuerte, lo sé. Pero todo el mundo tiene su sufrimiento, y hoy este es el mío. Estoy exhausta. Mi cerebro no da para más información, más presión, más carreras contra el reloj. Tengo el deseo genuino de hacerlo todo bien y dar lo mejor de mí, pero ya necesito descansar. Siento que las fuerzas no me dan. Le pido a Dios, en este desgaste, que me extienda Su mano… pero igual lo siento tan lejano. Quizá sea en gran parte porque no he hablado mucho con Él.

Me dio sueño, sigo escribiendo después.

Te quiero

Te quiero y te quiero querer, pero es como si no me dejaras. Quizá estoy demasiado enfocada y tu nave está en otro lado estacionada… pero quisiera mirarte a los ojos y enamorarme de ellos, dejar que se me vaya todo el miedo. A mí no me importaría pasar tres o cuatro horas contigo. Si es abrazados, ni te digo. A mí no me importaría andar contigo de la mano o con el brazo echado. Qué feliz me sentiría de manifestar que he encontrado un amor. A mí, te lo juro, no me molestaría que me cargaras la mente hablando tonterías, solamente haría falta que sonrías. Quizás son muchas mis expectativas. Pero no, yo solo te quiero querer y que te dejes. Saber por lo menos que te hago feliz. Pero por ahora no vislumbro esa certeza. Atrapo pequeños momentos en los que, de repente, actúas como si así fuera. No sé… No quiero las migajas de un amor. Soy de todo o de nada. Insisto, solo a veces capto que estás bien. Apenas llevamos un mes, es para que yo pase y no te dejes de sorprender. Es que ni siquiera me miras. Eso a mí es lo que me mata. Me besas, terminas y te retiras a tu estación. Estableces la barrera y siento que no sé tomar acción. En fin… solo te digo que yo quiero querer para sentirme libre, para crear la confianza de ser yo misma en todos los aspectos, y que así también puedas sentirte tú. Porque para fingir ya tenemos al resto del mundo. Para seguir los estándares ya tenemos miles de espacios. Una pena que sintieras conmigo una continuación de sociedad… Soy muy conservadora, pero en el amor muy poco me reservo. No me siento feliz con esto, porque navegar por tus aguas me abate y el bote encuentra mil rocas hasta llegar a alguna parte. Yo solo quiero querer… como lo sé hacer: bien. Si no es de tu interés, déjamelo saber.

Niña mía…

Niña mía,

Hoy contemplo tus ojos tristes

Y mejor que nunca entiendo lo que me quieren decir.

En un diálogo silencioso

Intercambiamos el lamento

Que nadie quiere admitir.

Niña mía,

Hoy te siento más que nunca

Vivimos en el mismo Puerto Rico

Aunque tus restos ya descansen

Y los míos anden por la calle.

Las dos presenciamos el dolor

Y presagiamos el estrago.

Niña mía,

Hoy yo te veo diferente.

Entendía tu tristeza,

Pero con el corazón aparte.

Hoy siento que corre por mis venas

Tu mísmisa sangre,

cansada de hacerte andar por el desastre.

Niña mía,

Te diría que «si supieras»

Pero es que ya todo lo sabes.

Llevas clavadas las espinas

En tu mirada penetrante.

Conocías desde antes, el destino te servía

Y te contó del futuro de tu isla.

Niña mía,

Donde quiera que estés,

Y si sigues hablando con el destino

Dile que ya no nos espante… o nos despierte

Para que las flores muertas,

algún día se levanten.

Rondas

No puedo creer cuánto impacto pueden tener unas simples malas decisiones. Jamás he parecido de insomnio. Me acuesto y ahí quedo hasta que pasen las 8 horas. Hoy me levanté en medio de la noche, a las 2:30 de la madrugada, preocupada por las decisiones que tomé ayer. Cualquiera diría que fueron algo grave… Sin embargo, algo está calando en mi interior. Y creo que eso se trata de algo que va mucho más allá de las decisiones. Es mi necesidad constante de quedar bien, aunque no esté de acuerdo realmente con lo que estoy haciendo. Me preocupa a tal nivel que no me deja dormir. Y yo sé que las preocupaciones se intensifican en la noche, que es su hora de tomar fuerza, que esto no es la gran cosa. Pero tenía que ponerme a escribir, porque esto me levantó. ¿Por qué es tan difícil decir que no? ¿Qué estoy dispuesta a hacer por las apariencias y/o por no hacer sentir mal a nadie? ¿Eso está bien? Creo que estas son las preguntas que realmente me quitan el sueño. También creo que no lo había pensado antes. ¿Hasta dónde soy capaz de llegar por «el qué dirán»? A veces siento que ese es el motor de mi vida, que mis ideales sucumben a la vez que se ve en peligro mi imagen. Las decisiones, más allá de buscar hacer la caridad, buscan sostener una imagen, y es eso lo que me preocupa. Porque, por la caridad precisamente, se rompen los esquemas. Si vivo por lo que otros digan, dejaré de hacer el bien muchas veces. Si vivo por lo que otros digan, dejará de hablar mi voz interior. Sé que todo es un balance, y que la opinión de los demás es algo relevante en la vida de todos los humanos. Es parte de ser miembro de una sociedad. Es parte de estar inmersos en un  mar de opiniones. Aún así, ¡qué impotencia siento cuando tomo decisiones que no quería tomar! Y hacerlo todo solo por lo que digan los demás. Es valeroso no querer que nadie se sienta mal… Sin embargo, hay que aceptar que esa actitud es antesala de un fracaso seguro. No decir lo que queremos decir, no hacer lo que queremos hacer, solo por los que demás digan… ¿Qué dimensiones toma esto en mi vida? Definitivamente quiero ser caritativa, tener amor por los demás, pero también distinguir entre qué realmente quiero hacer y que no. Creo que eso es madurez. Saber cuándo decir que no. Tener en cuenta nuestro propio juicio al tomar una decisión. Al final del día, la única que se queda con todos estos pensamientos soy yo. Nadie más carga el peso de mis decisiones. A nadie más le importa, por lo menos no demasiado, lo que yo decida hacer con mi vida y con todos los días que la componen. No puedo seguir viviendo de las opiniones de los demás. No puedo seguir diciéndome que no a mí misma por lo que los otros piensen. Es admirable el hecho de permanecer fiel a quien soy. No lo es convertirme en una masa que adapta sus movidas y palabras según la situación, y sobre todo las personas. Eso es cobardía. En todo el sentido de la palabra. Eso es huir de la esencia y de la conciencia. Nunca podré complacer a todo el mundo. Me gusta intentarlo, porque me gusta hacer a la gente feliz, pero no quiero gastarme en intentos que solo alimentan una vanidad. La vanidad de qué dirá la otra persona que está a mi lado. La vanidad que es un cristal de mala calidad, donde no se sostiene nada pesado. Eso es lo de lo que quiero huir, de las decisiones vanidosas y pretensiosas. Quiero hacer lo que yo quiero y lo que Dios busca de mí, con sinceridad. Quizás si no vivía lo que viví hoy, no me daba cuenta de las dimensiones que están tomando las apariencias en mi vida, y de lo mucho que necesito trabajar con ellas, para destruirlas. Para comenzar a vivir una vida coherente, siendo yo misma donde quiera que esté, hasta en los lugares donde sea despreciada por cómo creo y vivo la vida. No se puede complacer a todo el mundo. No se puede elegir la batalla de «cuán bien me veo» en esta vida. Es gastarse en un sin sentido, porque nunca me veré bien ante todo el mundo. Me tiene que importar cómo me vea Dios, esa es mi prioridad. Él es quien me tiene que capacitar para hacer lo que tengo que hacer, cuando tenga que hacerlo. Porque mi vida no debe depender de quién me está mirando y de lo que pueda opinar. Nuestro verdadero yo se debe desarrollar, en la mayor medida posible, sin espectadores. Como dije antes: la caridad en sí ya puede ser causa de burla y choque. Entonces, es imposible que quiera vivir circunstancialmente, renunciando a lo que soy por lo que los demás quieren que sea. Tampoco puedo vivir solo rodéandome de aquellas personas que piensan igual que yo, porque sigue siendo vanidad, alimentando la necesidad de sentirme «totalmente aceptada». Vanidad de vanidades, porque la intención de todo es evitar la contradicción, esquivar la diferencia de opiniones. Eso no lleva a ninguna parte. Eso es una burbuja, eso es tener ideales débiles, eso es morir. Morir a mí misma, a los anhelos que Dios ha puesto en mi corazón, sepultar mis talentos. Mi corazón me manda a donde estén todos, aunque todos no estén de acuerdo conmigo. Las cuevas son para los muricélagos. La tierra y el cielo son para los humanos. Por donde pasen mis pies y hasta donde vean mis ojos, ese es mi hogar. Y ese hogar no siempre tendrá el mismo techo, sin embargo yo debo seguir siendo la misma. El mundo ya está harto de la mentira social. Ya todos repudian el sistema, como un empache colectivo. Entonces, ¿para qué seguir sirviéndole a él? A lo común, a lo que todos esperan de mí y de todos. Me resisto. Me resistiré. No soy masa. Soy carne y hueso, con soporte en los pies y en la cabeza. Seguir sirviéndole a la vanidad es absurdo, regresar frecuentemente a lugares que nos complazcan por no chocar con nadie, también. Estoy del lado de la discordia del bien. Estoy del lado del desorden que se forma cuando alguien quiere querer. Pero nunca estaré a favor de la inercia y de la peste putrefacta de las almas que se dejan morir, porque otros las aplastan. No puede otra persona más renunciar a lo que verdaderamente importa. ¡No, no y no! Un colectivo dará fruto cuando los individuos estén fortalecidos, parados sobre un corazón compasivo, pero sobre todo VALIENTE. 

A papá…

Porque ahora que te has ido

Y las lágrimas empañan mis ojos

Puedo ver todas aquellas cosas

Que cuando estabas, no era capaz de ver

Aquellas miradas llenas de amor 
Cuando por las mañanas llegabas a mi habitación

Yo te gritaba, y te decía que te fueras 

Que apagaras la luz cuando salieras 

Ahora que no estás, ¡cuánto quisiera!
Que se iluminara mi cuarto

Con tus ojos iluminados como estrellas
Porque ellos solo irradiaban amor, escondiendo cualquier pena.

Ahora que no estás, ¡cuánto quisiera!
Pelear contigo en las mañanas 

y que todo se resolviera 

Con un beso de despedida al dejarme en la escuela.

Toda mi vida tú has estado ahí

Estuvimos conectados desde la primera vez que te vi

En silencio, cuando no tenía conciencia 

Te lo prometí: «Nuestro amor no tendrá fin».

Cerramos nuestra promesa, y todo el camino juntos hemos andado

Cuando me veía al espejo y decía que era fea

Te acercabas y me decías: «Mi amor, no pienses eso, eres la más bella».

Fuiste tú quien me enseñó a creer en mí.

Ahora que no estás, el panorama es más gris

Ya no tengo quien me busque en las mañanas

E impregne mi cuarto con dulces aromas

Ahora solo queda una alarma despertadora.

Ya no tengo quien me mire y me diga que soy hermosa 
Ahora solo tengo a mi vanidad, tan fría y poca cosa.

Ya no tengo a mi papá, el héroe de mi vida

Se ha ido porque no siente alegría

Ahora se mira en el espejo y se siente miserable 

Dice que todo lo que ha hecho ha sido en balde.

Que su imagen ya es historia, sus logros cosa aparte 

No piensa que tiene amor, solo vive del rencor.

Papi, yo te espero pacientemente aquí. 

Porque aunque tú no puedas hacerlo

Yo sí lo soy capaz de decir: 

¡Eres el mejor padre que pueda existir!

Este tiempo no será eterno

Volverás a nuestro lado

Jesucristo cargará con todo lo que parece pesado. 

Amarás como nunca has amado.

Papá, yo aquí te espero. 

Tengo un vestido nuevo y un «te quiero». 

Para que cuando vuelvas recibas el amor más sincero.

Y seas capaz de ver la luz que eres en mi sendero.

Rachel A. Román Villalobos

El amor

Decídanse realmente por el amor. Soy estudiante de Ciencias Sociales. Sí, sé de muchos temas controversiales y conozco la dinámica con la que se trabajan los mismos: vámonos con pancartas a educar a la gente. A primera instancia, no suena mal. Pero, ¿qué pasa cuando nos convertimos solo en agentes de discordia y no en agentes de cambio? ¿Qué pasa cuando nuestras ideas para el futuro se quedan en gritos y nuestras acciones se quedan en pausa? ¿Qué pasa cuando predicamos y realmente no hacemos nada?

Estoy consciente de que hay problemas que solo con protesta se pueden resolver. Que nuestras voces deben ser escuchadas. Que la revolución es a veces tan necesaria. Pero, ¿cuántas cosas se resuelven si solo nos ponemos a «hacer» en vez de «decir»? Veo cómo liberales revolucionarios pueden actuar como tanto ellos critican, cómo pueden cristalizarse en lo que es su opinión y nada más. Es más, puedo ver cómo se alejan de las personas por su sentimiento tan hondo de sentirse superiores por «entender» TODO lo que pasa a su alrededor. Y la pregunta es: ¿por qué puedo describirlo tan bien? Porque lo he vivido. Porque sé lo que es sentir que nadie entiende. Porque sé lo que es mirar a las personas y definir exactamente lo que están haciendo. Sé que nuestra mente se llena de esquemas, pero es algo que también se puede mejorar. Porque estamos haciendo exactamente aquello que tanto nos empeñamos en criticar.

Estamos juzgando intensamente también, estamos mirando por encima del hombro, cuántas veces lo hemos hecho, lo sabes bien. Pues no, nuestra tolerancia se está quedando solo en letras y en estados de Facebook que solo fabrican promesas para luego no cumplir. ¿Realmente queremos ser esas personas?

Los resultados vienen de las obras. No es un secreto, aunque reconozco que es difícil ponerse a obrar. Es difícil preguntarse un día: ¿qué estoy haciendo aparte de tirarle a todo el mundo que piensa distinto a mí? ¿A qué personas estoy ayudando comportándome así? Hasta cierta medida está bien, sí. Pero cuando casi tu vida entera gira en torno a un ideal y no a una acción, tienes, que por obligación, evaluarte.

El mundo necesita más personas que piensen distinto, pero más necesita aquellas que obren diferente. Aquellas que sonrían sin esperar una sonrisa a cambio, aquellas que estén pendiente a la necesidad ajena, aquellas que trabajen con emoción, aquellas que se entregan por amor a los demás, aquellas que son humanas y saben escuchar. Las cosas cambian cuando cambia tu corazón. Cuando tu corazón cambia, eres capaz de tocar a todos los que están a tu alrededor. Sé lo que tus palabras dicen, y dale vida a todo aquello que en tu conciencia vive. 

Su enferma malicia y el mundo

Vamos a dejar algo claro aquí, porque el fanatismo me aborrece, e igual la venda que usted se ha puesto. 

La palabra «mundo» cobra tantas connotaciones, especialmente cuando la toman en la boca las personas religiosas. Cuando se refieren a ella, la usan como sinónimo de lo diabólico, de la tierra satanizada por los hombres y todo el pecado que pueda existir. Está mal. Oígame, por si usted no lo sabía, este fue el mundo que se nos dio para habitar. Con este panorama es el que nos toco bregar. Por esta tierra fue que Jesucristo quiso pasar. Explíqueme su afán por decir que «todo está mal». ¿Sabe algo? La palabra «mundo», en su más amplia y verdadera definición, abarca todo lo que vivimos aquí, donde nos toco vivir. Por lo tanto, es aquí, en el mundo que usted tanto se afana en llamar satanizado, en el que ocurren también las buenas acciones. Es aquí donde usted, si está pensando santificarse, lo tiene que hacer. ¿O acaso existe un mundo aparte para los santos del cual yo no me he enterado? ¿Tenemos otro planeta? Yo creo que la respuesta es que no. Este es el lugar que se nos regaló, y por lo tanto, es el lugar que debemos amar, cuidar y obrar bien. ¿Por qué se empeña en decir que «todo es malo»? ¿Por qué se empeña en dejar a lo bueno dentro de las cuatro paredes de la Iglesia? 

Quiero explicarme. La Iglesia es un buen lugar, es más, ni siquiera bueno, ¡es un lugar santo! Yo lo sé. Alberga la presencia de Cristo. Es el lugar donde se ofician los sacramentos, las reuniones de los hermanos en Cristo, las conversiones, etc. Yo sé que deben existir las Iglesias y sé lo que albergan. ¡Pero qué triste sería pensar que su función está limitada a unas paredes! ¡Qué triste sería pensar que abandonamos nuestra labor en el mundo por solo ser almas contemplativas! Si no somos una Iglesia en salida, no somos Iglesia. Le voy a poner una metáfora bien simple. Me compré un bizcocho, de hecho me lo compré de cheesecake con guayaba, que es uno de mis favoritos. Me encerré en mi cuarto a comérmelo. «MMM, ¡qué rico!» No le di a nadie. Me quedé ahí con él. La felicidad que me provocó ese bizcocho se quedó en mi habitación, solo en mi alma. No fui capaz de «sacarlo» y compartirlo con los demás. Si no me entendió, más o menos así se ve una Iglesia que se mantiene sin salir y sataniza al mundo externo. ¿Por qué le digo esto? ¡Nuestra santificación, nuestro apostolado, nuestro compartir el amor que Dios nos ha regalado, está en el mundo! Con las personas normales que le pasan por el lado, con la tarea que te mandaron a hacer de matemáticas, con la escoba que te toca pasar en tu cuarto, con cada una de las actividades e interacciones que componen nuestro diario vivir. Mi mensaje es: deje de usar la palabra «mundo» para referirse a todo lo malo. Las personas hacen cosas malas, porque usted no se atreve a compartir el bizcocho. Las personas siguen tristes porque usted los mira, ve que «son del mundo» y les pasa por el lado, diciendo: «este no es digno de que yo le hable». ¡Coño! Por eso es que hay tantas personas tristes y malas, porque la Iglesia está encerrada. Porque algunas personas pretenden que lo único santo se haga donde hayan unos bancos y un altar. Entérese ahora y nunca lo olvide: en la cafetería que come todos los días, en el hospital donde atiende a sus enfermos, en la escuela donde aprende todas sus materias, ¡ahí está Dios si usted lo trae! Y es ahí donde usted transforma el mundo en el que le toco vivir. 

Deje de pensar que esta tierra merece ser quemada y despezada porque está llena de pecado. Empiece a pensar qué usted puede hacer para mejorar eso. Empiece a pensar cómo puede extender la Iglesia. La Iglesia es usted, la Iglesia son sus buenas acciones, la Iglesia es la sonrisa que regala. Santifique todo este lugar, este mundo en el que le toco vivir. No se asombre cuando vea el mal, más bien pregúntese qué está haciendo para que eso cambie. Este mundo está como está por su empeño en decir que todo es malo. La santidad es posible, pero en el mundo, aquí y ahora. Deje el escándalo y póngase a amar, que muchos quieren el bizcocho probar y con su fanatismo, no lo va a lograr. 

Dios le bendiga, 

Rachel. 

Una paleta

Todavía no lo creo. Esta mañana iba de camino a mi trabajo, sin ninguna expectativa singular. Solo que el tren llegara rápido porque estaba tarde. Me monté, empecé mi oración de la mañana y las estaciones del tren iban pasando, iban pasando y todo normal. De repente, un señor mayor con aspecto desaliñado, con el cabello largo gris, el cuerpo muy delgado y las uñas sucias, entra en el tren. Le sonreí con la mayor naturalidad del mundo y seguí mi oración. Lo que no esperaba era que ese señor con aspecto tan aparentemente decaído se fijara en mí. Pasaron como dos minutos y se me acercó a entregarme una paleta, diciéndome: «Toma, pa’ que te entretengas». Me extrañé mucho, pero a la vez me pareció súper cómico. Así que me reí, se lo agradecí y la guardé en mi bulto. Pensé por un momento que me la había dado porque me vio amargada o algo y me quiso alegrar. Eso me pareció aún más gracioso e inocente. Al ratito, parece que él se dio cuenta que estaba próximo a llegar su estación y empezó a rebuscar en una bolsita plástica que tenía y sacó unas galletas y otra paleta más y me las dio. Yo no hice más que echarme a reír y pensar: «¿qué querrá de mí?» A lo que le dije, conmovida: «Señor, ¿por qué me da todo esto? ¿Necesita dinero? ¿Necesita algo?» No pude pensar en otra cosa, porque por su aspecto se veía como alguien muy pobre. El señor se negó y me dijo: «No, no, no. Te doy esto de todo corazón. Sin esperar nada a cambio». Y le digo: «Ay, señor, pero, ¿está seguro? Bueno, gracias de verdad» y él me dice: «No, seguro, a mí no me gusta andar pidiendo. Lo hago de todo corazón. Me gusta dar a las personas». Sus palabras se me quedaron en el corazón como ninguna otra cosa se me haya quedado hace mucho tiempo. Su estación ya había llegado y antes de irse me dijo: «Que el amor de Cristo te acompañe». Sé que el vio la emoción que provocó en mí su gesto y con la mayor ternura posible le dije «Igualmente». No podía creer lo que había pasado. Miré las paletas, las galletas, y solo sentía una inmensa felicidad en mi corazón. Sentía que verdaderamente Jesús había venido a verme en ese momento. Los ojos de ese señor irradiaban un amor inigualable. Ese señor se había atrevido a pararse solo para tener un gesto conmigo, una extraña que vio en el tren y que por alguna razón, llamó su atención. ¡Gracias, señor, donde quiera que esté! Por haber iluminado mi día y haber cambiado un poquito más mi corazón. Gracias por hacerme ver tantas cosas y entender un poco mejor el amor de Dios, cómo la vida no puede pasarnos en frente sin que tengamos gestos con los demás. Cómo la vida no puede pasarnos en frente sin que hayamos dado amor y sin que hayamos aprendido a desprendernos de aquello que parece tener tanto valor para nosotros. Mire sus regalos y solo vi amor, solo vi dónde usted había puesto su tesoro en ese momento, cómo usted, de alguna forma, se dejó llevar por lo que el Espíritu Santo le decía. Gracias, porque gracias a su gesto vi dónde yo y cada ser humano debe poner su tesoro: en la entrega y el amor a los demás. ¡Gracias, viejito, porque en usted pude ver a otro Cristo!